Resulta verdaderamente fascinante lo rápido que hemos pasado de titulares relacionados con el brutal encarecimiento de los precios de la electricidad, a otros que hablan de precios negativos, aunque no sean para los consumidores —no, tu compañía eléctrica no te va a enviar ningún cheque, te lo aseguro. 

En efecto: la inversión en instalaciones de producción de energía eólica y solar en muchos países del mundo está provocando que, durante cada vez más períodos en el año, la energía alcance precios ridículamente bajos o incluso negativos. Y es que la energía solar, la eólica o la hidroeléctrica tienen una cosa en común: una vez instaladas, no cuesta prácticamente nada que produzcan, y lo hacen además sin producir ningún tipo de contaminación y sin quemar ningún tipo de combustible. 

En el caso de la energía solar, además, hablamos de producciones cada vez mayores debido a una mejora tecnológica constante que hace que los paneles solares sean cada vez más eficientes, y de un coste cada vez menor. Desde hace ya bastante tiempo, el coste principal de dotar de energía solar a una vivienda particular ya no es el precio de los paneles solares, sino el de subir al tejado a las personas que se encargan de fijarlos en él y conectarlos. 

En estas condiciones, no es de extrañar que aquellos que tienen dos dedos de frente y posibilidades de hacerlo estén apostando por las renovables como si no hubiera un mañana; porque frente a los mitos repetidos por idiotas como Donald Trump, que nos dijo eso de “el sol o el viento no brillan ni soplan todo el tiempo”, frase repetida en mil y una variaciones por todo tipo de políticos mediocres en todo el mundo, resulta que la gran verdad es que el sol y el viento brillan o soplan el tiempo suficiente. 

¿Suficiente para qué? Pues para que con una adecuada instalación, que igualmente es cada vez más barata, se pueda almacenar la energía suficiente como para cubrir todas nuestras necesidades. California lleva ya treinta y ocho días cubriendo todas sus necesidades energéticas, el 100%, mediante la combinación de energía solar, eólica e hidroeléctrica, una situación que en algunos países nórdicos es ya prácticamente rutinaria. 

California lleva ya treinta y ocho días cubriendo todas sus necesidades energéticas, el 100%, mediante la combinación de energía solar, eólica e hidroeléctrica

Así, mientras algunos ingenieros desfasados siguen repitiendo que el almacenamiento de energía es muy complejo, muy caro o insuficiente, o que necesitamos centrales nucleares por todas partes, la terca realidad nos dice que los países están apostando cada vez más por la combinación de renovables más almacenamiento, y desoyendo completamente a esos ingenieros. 

La administración Biden acaba de celebrar el Día de La Tierra dotando siete mil millones de dólares proyectos de instalación de energía solar. El gobierno federal ha dedicado ya más de ocho millones de hectáreas de suelo a granjas solares. Texas acaba de inaugurar una granja solar con 1,100 millones de paneles. Miremos donde miremos, las instalaciones renovables proliferan, y se habla cada vez más de que la base de la generación de energía del futuro será la combinación de solar, eólica y baterías (la hidroeléctrica es también muy interesante, pero no es tan fácil de instalar). 

En estas condiciones, cada vez son más las compañías eléctricas que empiezan a hablar de tarifas planas, marcando una evolución que ya vivimos en otros mercados como el de las telecomunicaciones. Por el momento, muchas de ellas mienten, y llaman tarifa plana a anticipar cuáles van a ser las necesidades de energía de un cliente y dividirlas entre los doce meses del año, aplicando un precio por kilowatio que, además, nunca es el más barato por eso de curarse en salud, y además, fijando unos límites de consumo en la letra pequeña que, si te pasas, te facturan aparte. 

Obviamente, cualquier parecido con una verdadera tarifa plana es una coincidencia, pero el solo hecho de que comiencen a utilizar ese término en su dialéctica implica que tienen clara cuál es la dirección de su industria: que la energía sea tan barata, que no compense medir su consumo, sino simplemente vigilar posibles abusos. 

Esa idea del too cheap to meter, o “demasiado barato como para medirlo”, es un escenario que muchos analistas llevamos mucho tiempo prediciendo, y que se contradecía de manera brutal con los escenarios de precios inflados de épocas pasadas no muy lejanas. 

La administración Biden acaba de celebrar el Día de La Tierra dotando siete mil millones de dólares proyectos de instalación de energía solar

El consumo de electricidad de todo el mundo en un día supone una media de unos 16 terawatios, y el sol arroja cada día sobre nuestro planeta una media de 173,000 terawatios. Incluso teniendo en cuenta que mucha de esa radiación solar incide sobre lugares en los que no puede ser recogida o aprovechada, y que esas necesidades de energía van, sin ninguna duda, a crecer a medida que lo electrifiquemos todo, el margen es tan brutal que no ofrece dudas de ningún tipo. La radiación solar recibida en una hora equivale al consumo mundial anual de electricidad. 

El avance de la tecnología hace que nos dirijamos a una era de energía ilimitada, y ese escenario debería ser tenido en cuenta por todos, tanto en las decisiones personales como en las políticas. Es, simplemente, una cuestión de tiempo y de grados de libertad, que en un país como el nuestro, están enormemente claras. Y de librarse de oportunistas que pretenden seguir aplicando unas “soluciones de siempre” que nos llevaron a que la generación de energía fuese la actividad más contaminante de todas. Lo que no sea solar o eólico simplemente no hace falta. Esa es la gran verdad. Que no le engañen durante más tiempo.  

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.